viernes, 1 de octubre de 2010

LA VOCACIÓN SACERDOTAL (I)

En Altötting, en este lugar de gracia, nos hemos reunido —seminaristas que se preparan para el sacerdocio, sacerdotes, religiosas y religiosos, y miembros de la Obra pontificia para las vocaciones de especial consagración— en la basílica de Santa Ana, ante el santuario de su hija, la Madre del Señor. Nos hemos reunido aquí para considerar nuestra vocación al servicio de Jesucristo y comprenderla mejor bajo la mirada de santa Ana, en cuyo hogar maduró la vocación más grande de la historia de la salvación. María recibió su vocación a través del anuncio del ángel.

El ángel no entra de modo visible en nuestra habitación, pero el Señor tiene un plan para cada uno de nosotros, nos llama por nuestro nombre. Por tanto, a nosotros nos toca escuchar, percibir su llamada, ser valientes y fieles para seguirlo, de modo que, al final, nos considere siervos fieles que han aprovechado bien los dones que se nos han concedido.

Sabemos que el Señor busca obreros para su mies. Él mismo lo ha dicho: "La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 37-38). Por eso nos hemos reunido aquí: para dirigir esta petición al Dueño de la mies. Sí, la mies de Dios es grande y espera obreros: en el llamado tercer mundo —América Latina, África y Asia— la gente espera heraldos que les lleven el Evangelio de la paz, la buena nueva de Dios que se hizo hombre. Pero también en el llamado Occidente, aquí en Alemania, al igual que en las vastas regiones de Rusia, es verdad que la mies podría ser mucha. Sin embargo, hacen falta personas dispuestas a trabajar en la mies de Dios.

Hoy sucede lo mismo que aconteció cuando el Señor se compadeció de las multitudes que parecían ovejas sin pastor, personas que probablemente sabían muchas cosas, pero no sabían cómo orientar bien su vida. ¡Señor, mira la tribulación de nuestro tiempo, que necesita mensajeros del Evangelio, testigos tuyos, personas que señalen el camino que lleva a la "vida en abundancia"! ¡Mira al mundo y compadécete también ahora! ¡Mira al mundo y envía obreros! Con esta petición llamamos a la puerta de Dios; pero con esta misma petición el Señor llama a la puerta de nuestro corazón.

¿Señor, me quieres? ¿No es tal vez demasiado grande para mí? ¿No soy yo demasiado pequeño para esto? "No temas", le dijo el ángel a María. "No temas: (...) te he llamado por tu nombre", nos dice Dios mediante el profeta Isaías (Is 43, 1) a nosotros, a cada uno de nosotros.

¿A dónde vamos, si respondemos "sí" a la llamada del Señor? La descripción más concisa de la misión sacerdotal, que vale análogamente también para las religiosas y los religiosos, nos la ha dado el evangelista san Marcos, que, en el relato de la llamada de los Doce, dice: "Instituyó Doce, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar" (Mc 3, 14). Estar con él y, como enviados, salir al encuentro de la gente: estas dos cosas van juntas y, a la vez, constituyen la esencia de la vocación espiritual, del sacerdocio. Estar con él y ser enviados son dos cosas inseparables. Sólo quienes están "con él" aprenden a conocerlo y pueden anunciarlo de verdad. Y quienes están con él no pueden retener para sí lo que han encontrado, sino que deben comunicarlo. Es lo que sucedió a Andrés, que le dijo a su hermano Simón: "Hemos encontrado al Mesías" (Jn 1, 41). "Y lo llevó a Jesús", añade el evangelista (Jn 1, 42).

BENEDICTO XVI A MUNICH, ALTÖTTING Y RATISBONA (9-14 DE SEPTIEMBRE DE 2006)

VÍSPERAS MARIANAS CON RELIGIOSOS Y SEMINARISTAS : HOMILÍA DEL SANTO PADRE Basílica de Santa Ana de Altötting Lunes 11 de septiembre de 2006


Para descargar en PDF, de clic AQUÍ, Para descargar la de los próximos dos días haga clic en II y III


No hay comentarios:

Publicar un comentario