viernes, 15 de octubre de 2010

“MARÍA, MADRE DE LOS SACERDOTES" (IV)

Además, Cristo ¿no nos ha dejado quizá una indicación especial al respecto?. Ciertamente, durante su agonía en la Cruz, pronunció las palabras que para nosotros tienen el sentido de un testamento. "Jesús, viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a la Madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al discípulo: He ahí a tu Madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa" (Jn 19, 2627).

Aquel discípulo, el Apóstol Juan, estaba con Cristo en la última Cena. Era uno de los "doce", a los que el Maestro dio, junto con las palabras que instituían la Eucaristía, la recomendación: "Haced esto en conmemoración mía". El apóstol Juan recibió la potestad de celebrar el sacrificio eucarístico instituido en el Cenáculo la víspera de su Pasión, como santísimo sacramento de la Iglesia. En el momento de su muerte, Jesús confía su Madre a este discípulo. Juan "la recibió en su casa" (Jn. 19, 27): la recibió como primera testigo del misterio de la encarnación. Y él, como evangelista, expresó precisamente de la manera más profunda, y al mismo tiempo más sencilla, la verdad sobre el Verbo que "se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14): la verdad de la encarnación y la verdad del Emmanuel. Y así, al recibir "en su casa" a la Madre que estaba al pie de la cruz del Hijo, acogió al mismo tiempo todo lo que ella tenía dentro de si en el Gólgota: el hecho de que ella "sufrió profundamente en unión con su Unigénito y se asoció con espíritu materno a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la importancia de la víctima engendrada por ella". Todo esto -toda la sobrehumana experiencia del sacrificio de nuestra redención, impresa en el corazón de la misma Madre de Cristo Redentor - fue confiado al hombre, que en el Cenáculo recibió el poder de hacer realidad este sacrificio mediante el ministerio sacerdotal de la Eucaristía.

¿No posee esto un significado particular para cada uno de nosotros?. Si Juan al pie de la Cruz representa en cierto sentido a todos los hombres, a cada uno y a cada una, sobre los cuales se extiende Espiritualmente la maternidad de la Madre de Dios, ¡Cuánto más no será válido esto para cada uno de nosotros, llamados sacramentalmente al servicio sacerdotal de la Eucaristía en la Iglesia!.

De veras, es estremecedora la realidad del Gólgota, el sacrificio de Cristo por la redención del mundo. Es estremecedor el misterio de Dios, del cual somos ministros en el orden sacramental (cf. 1 Cor 4, l). Sin embargo, ¿no estamos amenazados por el peligro de ser ministros no suficientemente dignos; por el peligro de no presentarnos con suficiente fidelidad al pie de la Cruz de Cristo, al celebrar la Eucaristía?.

Procuremos estar cerca de esta Madre, en cuyo corazón está grabado de modo único e incomparable el misterio de la redención del mundo.

JUAN PABLO II, Carta del Santo Padre Juan Pablo II a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo.1988

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