viernes, 15 de octubre de 2010

“María, Madre de los Sacerdotes" (III)

"Ave, verdadero cuerpo, nacido de la Virgen María: en ver -dad has sufrido y has sido inmolado en la Cruz por el hombre"

¡Si, es el mismo Cuerpo! Al celebrar la Eucaristía, mediante nuestro servicio sacerdotal, se hace presente el misterio del Verbo encarnado, Hijo consubstancial al Padre, que, como hombre "nacido de mujer", es hijo de la Virgen María.

En la última Cena no consta que la Madre de Cristo estuviera en el Cenáculo. Sin embargo estaba presente en el Calvario, al pie de la Cruz, "en donde -como enseña el Concibo Vaticano II-, no Sin designio divino, se mantuvo de pie (cf. Jn 19, 25), se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada”. Esta es la consecuencia de aquel "fiat, pronunciado por María en la Anunciación.

Cuando nosotros, al actuar in persona Christi, celebramos el sacramento del mismo y único sacrificio en el que Cristo es y sigue siendo el único sacerdote y la única víctima, no debemos olvidar este sufrimiento de la Madre, en la cual se cumplieron las palabras pronunciadas por Simeón en el templo de Jerusalén: "una espada atravesará tu alma" (Lc 2, 35). Eran unas palabras dirigidas directamente a María, cuarenta días después del nacimiento de Jesús. En el Gólgota, al pie de la Cruz, estas palabras se cumplieron totalmente. cuando su Hijo en la Cruz se manifestó plenamente como "signo de contradicción", esta inmolación, la agonía mortal del Hijo afectó también al corazón materno de María. Esta es la agonía del corazón de la Madre, que sufría con Él, "consintiendo en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma". Se alcanza aquí el ápice de la presencia de María en el Misterio de Cristo y de la Iglesia en la tierra. Este ápice se encuentra en el camino de la "peregrinación de la fe", a la que nos referimos especialmente en el Año Mariano.

Amadísimos Hermanos, ¿a quién más que a nosotros es indispensable una fe profunda y firme, a nosotros, que en virtud de la sucesión apostólica comenzada en el Cenáculo celebramos el sacramento del sacrificio de Cristo?. Conviene, pues, que profundice constantemente nuestro vínculo Espiritual con la Madre de Dios, que en la peregrinación de la fe "precede", a todo el Pueblo de Dios.

Y de modo particular, cuando celebrando la Eucaristía nos encontramos cada día en el Gólgota, conviene que esté a nuestro lado Aquella que, mediante una fe heroica, realizó al máximo su unión con el Hijo, precisamente allí en el Gólgota.

JUAN PABLO II, Carta del Santo Padre Juan Pablo II a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo.1988

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