lunes, 4 de octubre de 2010

LA VOCACIÓN SACERDOTAL (V)

Santidad, a los ojos de mucha gente, podemos parecer jóvenes que dicen con firmeza y valentía su “sí” y que lo dejan todo para seguir al Señor; pero sabemos que estamos muy lejos de una verdadera coherencia con ese “sí”. Con confianza de hijos, le confesamos la parcialidad de nuestra respuesta a la llamada de Jesús y el esfuerzo diario por vivir una vocación que nos pide dar un “sí” definitivo y total. ¿Cómo responder a la vocación tan exigente de pastores del pueblo de Dios, si sentimos constantemente nuestra debilidad e incoherencia? (Gianpiero Savino, diócesis de Taranto, primer año de teología)

Benedicto XVI: Es muy saludable reconocer nuestra debilidad, porque sabemos que necesitamos la gracia del Señor. El Señor nos consuela. En el colegio de los Apóstoles no sólo estaba Judas, sino también los Apóstoles buenos. A pesar de eso, Pedro cayó. El Señor reprocha muchas veces la lentitud, la cerrazón del corazón de los Apóstoles, la poca fe que tenían. Por tanto, eso nos demuestra que ninguno de nosotros está plenamente a la altura de este gran «sí», a la altura de celebrar in persona Christi, de vivir coherentemente en este contexto, de estar unido a Cristo en su misión de sacerdote.

Para nuestro consuelo, el Señor nos dio también las parábolas de la red con peces buenos y malos, del campo donde crece el trigo pero también la cizaña. Nos explica que vino precisamente para ayudarnos en nuestra debilidad; que no vino, como dice, para llamar a los justos, a los que se creen ya plenamente justos, a los que creen que no necesitan la gracia, a los que oran alabándose a sí mismos, sino que vino a llamar a los que se saben débiles, a los que son conscientes de que cada día necesitan el perdón del Señor, su gracia, para seguir adelante.

Me parece muy importante reconocer que necesitamos una conversión permanente, que no hemos llegado a la meta. San Agustín, en el momento de su conversión, pensaba que ya había llegado a la cumbre de la vida con Dios, de la belleza del sol, que es su Palabra. Luego comprendió que también el camino posterior a la conversión sigue siendo un camino de conversión, que sigue siendo un camino donde no faltan las grandes perspectivas, las alegrías, las luces del Señor, pero donde tampoco faltan valles oscuros, donde debemos seguir adelante con confianza apoyándonos en la bondad del Señor.

Por eso, es importante también el sacramento de la Reconciliación. No es correcto pensar que en nuestra vida no tenemos necesidad de perdón. Debemos aceptar nuestra fragilidad, permaneciendo en el camino, siguiendo adelante sin rendirnos, y mediante el sacramento de la Reconciliación convirtiéndonos constantemente para volver a comenzar, creciendo, madurando para el Señor, en nuestra comunión con él.

Naturalmente, también es importante no aislarse, no pensar que podemos ir adelante nosotros solos. Necesitamos la compañía de sacerdotes amigos, también de laicos amigos, que nos acompañen, que nos ayuden. Es muy importante para un sacerdote en la parroquia ver cómo la gente tiene confianza en él y experimentar, además de su confianza, su generosidad al perdonar sus debilidades. Los verdaderos amigos nos desafían y nos ayudan a ser fieles en este camino. Me parece que esta actitud de paciencia, de humildad, nos puede ayudar a ser buenos con los demás, a tener comprensión ante las debilidades de los demás, a ayudarles también a ellos a perdonar como nosotros perdonamos.

Creo que no soy indiscreto si digo que hoy he recibido una hermosa carta del cardenal Martini, agradeciendo la felicitación que le envié con ocasión de su 80° cumpleaños; somos coetáneos. Expresando su agradecimiento, dice: sobre todo doy gracias al Señor por el don de la perseverancia. Hoy —escribe— incluso el bien se hace por lo general ad tempus, ad experimentum. El bien, según su esencia, sólo se puede hacer de modo definitivo, pero para hacerlo de modo definitivo necesitamos la gracia de la perseverancia. Pido cada día al Señor —concluye— que me dé esta gracia.

Vuelvo a san Agustín: al inicio estaba contento de la gracia de la conversión. Luego descubrió que necesitaba otra gracia, la gracia de la perseverancia, que debemos pedir cada día al Señor. Pero, volviendo a las palabras del cardenal Martini, «hasta ahora el Señor me ha dado esta gracia de la perseverancia; espero que me la dé también para esta última etapa de mi camino en esta tierra». Me parece que debemos confiar en este don de la perseverancia, pero que también debemos orar al Señor con tenacidad, con humildad y con paciencia, para que nos ayude y nos sostenga con el don de la perseverancia final, para que nos acompañe cada día hasta el final, aunque el camino pase por un valle oscuro. El don de la perseverancia nos da alegría, nos da la certeza de que somos amados por el Señor y que este amor nos sostiene, nos ayuda y no nos abandona en nuestras debilidades. Nuestro verdadero tesoro es el amor del Señor.

RESPUESTAS DEL SANTO PADRE A LAS PREGUNTAS DE ALGUNOS SEMINARISTAS DEL SEMINARIO ROMANO, 17 DE FEBRERO 2007

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